
Hasta la fecha se han llevado a cabo doce censos de población en el Perú (1827, 1836, 1850, 1862, 1876, 1940, 1961, 1972, 1981, 1993, 2005 y 2007). Concomitantes a ellos, se han efectuado seis censos de vivienda (1961, 1972, 1981, 1993, 2005 y 2007). Nos referimos, por cierto, a los censos demográficos republicanos[1]. En tiempos virreinales, los conteos poblacionales tenían eminente finalidad tributaria y solo secundaria motivación administrativa, en el sentido amplio y comprensivo del término. Se contaban contribuyentes, no individuos. Para el buen gobierno existían el derecho indiano y la frondosa normativa escrita y consuetudinaria.
Lo mismo cabe presumir —si es que los hubo— en lo tocante a los censos prehispánicos. Los cronistas de los siglos XVI y XVII dan noticia de cuidadosos empadronamientos decimales ordenados sistemáticamente por los incas. Sin embargo, los referentes cronísticos llaman a desconfianza y colisionan con la información de archivo y con las comprobaciones antropológicas. No hay duda de que alguna forma de contabilidad demográfica fue necesaria para el gobierno de los diez o doce millones de habitantes que poblaban los Andes Centrales en el momento de máxima expansión del Tahuantinsuyu en torno a 1525.

Todo apunta a que, según la lógica andina, los administradores incas contabilizaban fundamentalmente asuntos tributarios. Los conteos consideraban únicamente a los hombres de entre 25 y 50 años de edad, obligados al cumplimiento de una cuota de esfuerzo dentro de un contexto de reciprocidades asimétricas. Los llamaban purun runa (literalmente: «hombre que camina»; que camina a realizar su prestación rotativa de trabajo, su mita, hemos de añadir). Es más que presumible que el empadronamiento se registrara en quipus. Hoy la información que duerme en esas cuerdas anudadas nos es inaccesible. El desciframiento de los quipus andinos es —pese a encomiables esfuerzos— una tarea infructuosa, y su lectura un saber perdido.
* * *
La celebración del primer censo general del siglo XX en el Perú fue el impulso para que José María Arguedas (Andahuaylas, 1911 – Lima, 1969) escribiese un cuento muy poco conocido y hoy prácticamente olvidado. Veamos el cómo y el por qué de esta pequeña muestra narrativa del gran escritor apurimeño.
En 1938, en las postrimerías del régimen de Óscar R. Benavides, se preparaba la celebración de un nuevo censo general de población. Incitador de esa medida fue, como se sabe, el parlamentario socialista y pionero de la estadigrafía Alberto Arca Parró (Ayacucho, 1901-Lima, 1976). El plan del empadronamiento, diseñado por Arca Parró, fue formalizado mediante la Ley 8695, del 22 de agosto de 1938. Era el primer censo demográfico que se llevaría a cabo en el Perú en más de sesenta años. Su lejano antecedente fue el censo general de 1876, reputado como el primero que se realizaba en el país de acuerdo con técnicas estadigráficas modernas y científicas.
¿Cómo explicar tan dilatado lapso entre ambos censos? Conspiraron, sin duda, la debacle de la Guerra del Pacífico y la difícil reconstrucción nacional (1879-1895), pero también la secular desconfianza hacia los empadronamientos. Históricamente, como hemos visto, los conteos poblacionales estuvieron directamente vinculados con la imposición de tributos. Ser censado equivalía a obligarse ante «el Gobierno». Esa renuencia, como es de prever, acrecía entre la población indígena. El populismo del Oncenio leguiista (caracterizado por un paternalismo hacia las poblaciones originarias) y la guerra civil consecutiva de 1931-1933 no harían sino postergar durante casi dos décadas la implementación de un censo en el Perú.
En 1939, la perspectiva de un empadronamiento general revivía viejos temores. Era necesario explicar, mediante una labor de propaganda, que un conteo poblacional no acarreaba una mayor o más extendida presión tributaria y que, por el contrario, una información estadística remozada y actualizada permitiría conocer las urgencias concretas de la población. Arca Parró, en su calidad de director de la Comisión Nacional del Censo, encomendó a José María Arguedas la elaboración de una cartilla didáctica. A cambio, Arguedas, en espontáneo arresto creativo, labró un cuento, Runa Yupay (literalmente, «Contar gente») que es una joya literaria por mérito propio[2].
En Runa Yupay el protagonista es el maestro de escuela de Huanipaca, cabeza de distrito en Abancay, Apurímac[3]. La narración se desarrolla durante los preparativos para el censo. El maestro (de quien nunca conocemos su nombre), ha nacido en Abancay y se ha licenciado en la lejana Lima. Su contagioso entusiasmo le ha ganado el cariño de los huanupaqueños: «sus cejas cortas y levantadas, su frente angosta, sus cabellos gruesos, sus manos y su cara de cholo; parece hijo de Huanipaca o de cualquiera de esos pueblos»[4]. Arguedas no ahorra elogios a favor del censo. Por boca del maestro, leemos:
El censo va a servir para tomarle el pulso al Perú. A ver qué tal está. No tiene un fin malo. El Gobierno necesita conocer el número de habitantes con que cuenta el país, para poder atender a las necesidades de cada pueblo. El censo va a producir mucho bien general. Buenos tiempos son estos. Parece que como todo el Perú quisiera salir a carrera, adelante, al progreso. Hay mucha fuerza en el pueblo para trabajar. Por eso en Lima quieren calcular hasta dónde y cómo hay que ir adelante. Para enderezar bien, pues.[5]
En el relato se mencionan otros logros exhibidos por el régimen de Benavides: así, la reciente remodelación (concluida en 1938) del Palacio de Gobierno; así, el tendido de carreteras; así, la modernización de la ciudad capital. Más adelante, leemos más encomios al próximo censo. El maestro le explica a un vecino de Huanipaca:
Sabiendo cuántos habitantes hay, se sabe también, ahí mismo, cuántos sastres cuántos ingenieros, cuántos médicos, cuántos abogados, cuántos maestros, cuántos sacerdotes hay; y cuántos saben leer y cuántos tienen la desgracia de no saber escribir ni su nombre. Y eso, pueblo por pueblo. Así se puede conocer, por ejemplo, si sobran o faltan ingenieros, si sobran o faltan abogados, si sobran o faltan maestros, si sobran o faltan médicos, etc. De este modo cualquier Gobierno puede trabajar mejor. Una vez que se sepa cuántos hombres y, también cuántas mujeres se dedican a cada uno de los distintos oficios o profesiones, podrá establecer comparaciones y ordenar el remedio a todo lo que no marche bien. ¿Que hay que poner ingenieros? Se recomendará y favorecerá el estudio de esta profesión. ¿Que hay muchos abogados? Se evitará que un mayor número de jóvenes sigan dedicándose a esa carrera, dándole en cambio facilidades para que estudien otra.[6]
A la letra, una pluma desprovista de la estatura de Arguedas hubiera preparado un texto lineal y propagandístico. Casi un panfleto cercano al realismo socialista. Pero Arguedas, con ese mínimo material, consigue una obra de arte. Así, introduce en el relato a un antagonista, que traduce la desconfianza a los censos a que ya hemos hecho mención. Otra virtud es el manejo del lenguaje y el uso de un castellano mestizo, con incrustaciones de vocablos en quechua. También consigue Arguedas transmitir la sintaxis y la pronunciación características de los comuneros. Por lo demás, el maestro, en Runa Yupay, es un personaje muy vívido. Y no podía serlo de otro modo, pues el propio Arguedas trabajaba por aquellos años como maestro de escuela en Sicuani, Cusco.
En 1939, a sus 28 años, Arguedas se hallaba ya en plena disposición de sus recursos narrativos. Ha publicado cuentos precoces en periódicos de Lima en 1934 y 1935[7]. Tiene ya publicados dos libros: Agua (1935) y Canto kechwa. Con un ensayo sobre la capacidad de creación artística del pueblo indio y mestizo (1938). Runa Yupay, entonces, señala un estado en el cual el desarrollo artístico de Arguedas está cuajado y listo para emprender su próxima aventura literaria y primer fruto de la madurez del escritor: Yawar fiesta, que publica en el año 1941. En Runa Yupay, en fin, estamos ante cualidades reconocidas de manera unánime en la prosa del escritor, a saber, el lirismo, la exaltación del paisaje, los tintes de ternura.
* * *
Runa Yupay apareció en la forma de un impreso de 55 páginas en cuarto menor (17 por 12 centímetros). El prólogo está firmado en julio de 1939 por Alberto Arca Parró. Varios dibujos indigenistas, debidos a Arturo Jiménez Borja, adornan la publicación. En la portada solo se consignó el título, la ciudad de edición y el año, mas no el nombre del autor. La autoría de Arguedas consta únicamente en el colofón. Fueron impresos 30.000 ejemplares. Hoy, no obstante, se trata de un impreso relativamente escaso.
Orientación bibliográfica:
Arguedas, José María. Runa Yupay. Nota editorial de Alberto Arca Parró. Lima: Comisión Central del Censo – Servicio de Propaganda, 1939.
Arguedas, José María. «Runa Yupay». En: Agua y otros cuentos indígenas. Prólogo de Washington Delgado. Lima: Editorial Milla Batres, 1974, pp. 122-48.
Larco, Juan (editor). Recopilación de textos sobre José María Arguedas. La Habana: Casa de las Américas, 1976.
[1] Véase: Instituto Nacional de Estadística e Informática. «Historia de los censos en el Perú». Disponible aquí. Información pormenorizada en Tauro del Pino, Alberto. Enciclopedia ilustrada del Perú. Síntesis del conocimiento integral del Perú, desde sus orígenes hasta la actualidad. 3ª edición. 17 tomos. Lima: Peisa, 2001, tomo 4, pp. 571-572.
[2] Arguedas, José María. Runa Yupay. Lima: Comisión Central del Censo – Servicio de Propaganda, 1939.
[3] Stiglich, Germán. Diccionario geográfico del Perú […]. Segunda y última parte. Lima: Imp. Torres Aguirre, 1922, p. 512.
[4] Arguedas, José María. Runa Yupay, op. cit., p. 16.
[5] Ib., pp. 18-19.
[6] Ib., pp. 22.
[7] Arguedas, José María. Cuentos olvidados, y notas críticas a la obra de José María Arguedas. Ediciones Imágenes y Letras, 1973.




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