Según el programa de la Feria Internacional del Libro, el 21 de julio se presentará al público los dos tomos de Derecho político general del jurista José María Quimper. No queremos dejar pasar la oportunidad sin compartir este pasaje del segundo tomo, que registra las crueldades de la armada y el ejército chileno en la Guerra del Pacífico.
Chile tenía una marina fuerte y una base de ejército más fuerte todavía: Bolivia era una nación débil. Chile codicia la costa de esta, ¿cómo tomarla? Aprovecha de un motivo fútil y hasta ridículo y le declara la guerra. El Perú interviene como mediador. Para entonces ya sabía Chile que el Perú tenía celebrado un tratado de alianza con Bolivia; y sin esperar siquiera que se declarase el casus foederis, declara también la guerra al Perú. ¿Por qué? Porque sabe que no tiene elementos de resistencia, que su antigua y respetable marina ya no existe, que su tesoro está exhausto. ¿Para qué? Para apoderarse de sus más ricos territorios y para destruirla, matando así a una supuesta rival. Pudo el Perú no haber declarado el casus foederis (y eso habría sido lo más probable); pero Chile, para prevenir este resultado, se anticipa y declara la guerra.
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Con el Perú, Chile no tuvo pues siquiera un pretexto. Fueron la envidia y la codicia las causas que lo impulsaron a declararle la guerra. Los recientes ejemplos europeos alentaron a los estadistas chilenos a seguir su camino. Durante la guerra, las armadas y ejércitos chilenos fueron feroces: no respetaron una sola de las leyes internacionales que la humanidad había sancionado. En la nomenclatura de los crímenes no hubo uno solo que no cometiesen y todavía con circunstancias agravantes. Contraste hizo la generosidad de los aliados peruanos y bolivianos con la crueldad de los chilenos. Bombardearon y destruyeron puertos indefensos: saquearon propiedades: asesinaron prisioneros: incendiaron con calma y premeditación ciudades enteras: emplearon la dinamita para hacer volar valiosísimos establecimientos industriales de propiedad privada; del mismo medio se valieron para destruir propiedades públicas industriales: se apoderaron de las bibliotecas, museos y hasta del mobiliario de todos los establecimientos científicos; propiedades municipales y entre ellas hasta las de uso excusado, se arrancaron de los paseos, jardines y lugares públicos para llevarse a Chile: dispusieron de la propiedad privada en la capital, bajo el nombre de cupos, y en los lugares apartados bajo las primitivas formas del saqueo y del robo: como en los tiempos de la más lejana barbarie, poblaciones enteras o inofensivas fueron pasadas a cuchillo: declarados fuera de la ley todos los peruanos que tomaban las armas para defender a su patria, eran sin remisión fusilados cuando caían prisioneros: llevaron por fin su crueldad hasta el punto de tomar a un considerable número de padres de familia y enviarlos a los desiertos de Arauco, para conservarlos allí mientras hubiese en el Perú quien suscribiera la paz que ellos imponían.
Todo esto, que importa un verdadero retroceso en la civilización, será consignado y calificado debidamente por la implacable historia, para vergüenza de sus autores y como un padrón de ignominia ante las generaciones venideras. Chile quiso imitar el ejemplo de algunas naciones europeas; pero, ciertamente, se fue mucho más lejos que ellas en cuanto a ferocidad y barbarie con los adversarios durante la lucha y con los vencidos después. Hubo al fin, quienes en el Perú y Bolivia suscribiesen los tratados que los imponía Chile. Por ellos el Perú ha perdido su valiosísima provincia de Tarapacá y su no menos importante departamento de Tacna; además todos sus guanos y salitres: Bolivia perdió todo su litoral, quedando así enclavada en el centro del continente, sin comunicación propia con el resto del mundo. ¿Son valederos y pueden ser subsistentes estos tratados? La razón y la ciencia contestan negativamente. Subsisten de hecho, mientras subsista la fuerza que los mantiene. Desaparecida esta, dejan de existir. La conquista o el robo de nación a nación, como cualesquiera otros crímenes, no producen derecho alguno. Título y legitimidad no hay donde solo predomina el abuso y la fuerza bruta.
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