Derecho a morir con dignidad. Reflexiones tras la audiencia de Ana Estrada

La autora es doctora en Derecho por la Universidad de Buenos Aires, miembro del Comité Internacional de Bioética de Unesco (IBC UNESCO) IG paulasiverinobavio

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“Los derechos son para quienes los necesitan y yo lo necesito”. La frase me eriza la piel. Como abogada en derechos humanos y bioeticista son muchos los casos difíciles que me ha tocado asumir, pero la voz firme y serena de Ana Estrada atraviesa los miles de kilómetros que nos separan y se instala como un nudo en mi propia garganta.

Ana tiene mi edad y es imposible conocerla y no prendarse de su vitalidad y su sonrisa. Ana es vibrante, alegre, artista, psicóloga, escritora, hija, amiga, activista. Hablar le resulta muy estresante y requiere un inmenso esfuerzo, pero lo primero que dice es estar inmensamente feliz de poder ser escuchada. Lúcida, fuerte, vital, habla desde su cama y entre los aparatos y cuidados que necesita para seguir respirando, para pedir en voz fuerte y clara que la dejen elegir como y cuando morir.

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Todos sabemos que vamos a morir, es la única realidad sobre la que cabe alguna certeza, naciste, ergo vas a morir. Y nadie sabe cuándo. Pero algunas personas saben cómo, y ese cómo implica una tortuosa agonía, la enfermedad que transita Ana tiene como destino ese horrendo final.

Si nos preguntan cómo deseamos morir, casi todas las personas, si no todas, diremos que serenamente, sin dolor, en paz, durmiendo, rodeadas de amor. Nadie en su sano juicio elegiría morir en agonía, eso es considerado tortura y las leyes nos protegen contra los tratos crueles, inhumanos o degradantes. Lo que Ana pide es que, cuando la enfermedad haya avanzado hasta el punto en el cual tenga que pelear por cada gota de aire, padeciendo el terror y el intenso dolor de no poder respirar, antes que eso suceda, pueda elegir terminar su vida de manera digna, en un sueño inducido suave y sereno, luego de despedirse de los que ama.

Ana no pide un nuevo derecho, como dijeron algunos abogados. Los derechos que exige ya existen: el derecho a elegir su proyecto de vida, el libre desarrollo de su personalidad, el derecho a que se respete su dignidad humana y su derecho a la vida exigen que se le reconozca algo tan elemental como permitirle morir en paz, sin dolor. Es imposible escucharla, absolutamente lúcida y fervientemente viva y no ser golpeada por la lógica y la humanidad de su pedido.

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Se alegan cuestiones formales, “no vamos a discutir sobre el fondo”, advierten los abogados del Ministerio de Justicia, Essalud y el Ministerio de Salud. Pero el fondo es todo lo que importa: una mujer en su plena capacidad y competencia mental, exponiendo su situación y pidiendo se respete su dignidad al morir, se la exima del terror y la tortura. ¿Y ustedes no quieren discutir sobre el fondo de la cuestión? ¿De qué manera eso es ético? ¿Cuándo se volvió lo correcto ignorar al ser humano para debatir pautas formales?

Estos mismos abogados que dicen ser empáticos con el dolor de Ana, si entendieran a cabalidad su temor, si estuvieran en sus muy valientes zapatos, no podrían haber defendido las posiciones de sus instituciones. Simplemente, hubieran dado un paso al costado, porque mañana cualquier de nosotros puede estar ahí, alguien que amas puede estar allí, hoy ella está allí. Ella, tu prójimo, aquel a que tienes que amar como a ti mismo.

El magistrado quiere saber si ella está lúcida y si no es posible esté deprimida y por eso quiera morir. Ana le contesta con una dignidad y contundencia que emociona. Ana no quiere morir, Ana quiere vivir a pleno, como ha hecho cada día de su vida, y quiere vivir su muerte con esa misma lucidez y dignidad que le brota por los poros.

Los argumentos legales que esgrimen los demandados dicen defender la separación de poderes, alegan que los jueces no pueden ser legisladores, se muestran todos muy preocupados por la salud de la democracia y citan dos de los últimos y vergonzosos pronunciamientos de Tribunal Constitucional, Ugarteche y el golpe de estado-vacancia, “lindas piedras para la honda”, diría mi abuela Perla (por cierto, mi abuela defendía a rajatabla el derecho a disponer de la propia vida y a ella le tocó irse de este plano con una sedación terminal).

Algunos se mostraron muy preocupados por la objeción de conciencia y qué pasaría con los médicos que no quieran participar de una práctica eutanásica, no se inquieten señores la objeción de conciencia es un derecho constitucional de aplicación inmediata y directa, no necesita ser “regulado” para que pueda alegarse, nunca un médico puede ser obligado a ayudar a morir a un paciente.

Nadie niega los desafíos éticos y logísticos de regular la eutanasia (a no confundirlo con la limitación del esfuerzo terapéutico, nos referimos a requerir de manera consciente y voluntaria se administre la muerte). Pero asumir estos desafíos, mediante debates públicos y una ley del Congreso de ninguna manera impide que en un caso puntual y absolutamente claro como el de Ana Estrada un juez resuelva en protección de sus derechos.  Un juez no solo es competente, sino que tiene el mandato de proteger los derechos fundamentales de las personas, cuando están en riesgo o bajo amenaza ¿y qué mayor amenaza que una muerte sin dignidad?

¿Que se está defendiendo tan encarnizadamente? ¿La mera vida biológica? Saben que no es defendible y por eso las argumentaciones apuntaron a cuestiones de carácter formal y presunta separación de poderes.

El derecho a la vida no protege la vida biológica, sino que protege la vida biográfica sobre un sustrato material que es la vida biológica. Invertir la importancia de ambas facetas desconoce la lógica más elemental de lo que significa ser humano.

El derecho a morir con dignidad es parte del derecho a vivir con dignidad, porque la muerte no es sino la última escena de la vida tal como la conocemos. Deberíamos preguntarnos seriamente cómo podemos vernos conmovidos por la historia de Ana, cómo podemos entender su pedido y su planteo y sin embargo no nos tiembla el pulso para cerrar en sus narices las puertas del Derecho, alegando que hace falta una ley que regule su situación. ¡Señores abogados, un poco de historia! Los derechos fundamentales fueron muchas veces reconocidos primero en los estrados judiciales antes de plasmarse en reformas normativas.

Conquistar parcelas de libertad duele y asusta, claro que sí. Pocas son las personas que están dispuestas a asumir que van a morir, aunque tenerlo presente es el mejor recurso para tener una vida plena y con sentido. En lo personal, siento un inmenso cariño y admiración por Ana Estrada. Me conmueve e interpela el reclamar que permitan morir a alguien de quien me siento cercana, porque me duele el vacío que dejará su ausencia. Pero la realidad es que no se trata de dejarla morir, sino de permitirle morir con dignidad, porque la muerte es inevitable.

La muerte no es algo que “nos pasa”, es una dirección en la cual todos caminamos. Quizás cuando colectivamente entendamos esto, podamos aceptar que alguien pleno de vida como Ana, reclame el derecho a vivir la muerte con dignidad, reclame ese derecho en el que nadie quiere pensar pero que todos tenemos: el derecho a dar ese último paso sin temor, con la frente en alto y una sonrisa en los labios.

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