Ser abogado. Estudiar derecho es fácil. Lo difícil es…

Bello texto compartido por el jurista Adolfo Alvarado Velloso.

Lo difícil es ejercerlo. No hay rama que no te sacuda un día, y viene a ser el día que menos lo esperabas. Nunca vas a estar preparado para ver cómo el dragón de la legalidad despedaza la justicia con sus dientes afilados.

Nadie me dijo nunca que una niña de 6 años me iba a tomar la mano mientras identificaba a su violador, e iba a pedirme que la acompañara a todas sus diligencias, desde su declaración hasta su prueba en ginecología… Ni nada me prepararía para cuando me dijo que su tía le decía que estaba destruyendo a su familia al señalar a su esposo como su agresor.

Nada me preparó para que una vez al firmar un testamento, el testador me dijera: “No lo firmo. Cámbieme todo lo que dice. Mi hijo lo redactó. Me amenaza que si no firmo me deja sin comer”. Su rostro desde la silla de ruedas me desgarró el alma, ahí entendí por qué mi exjefa siempre pedía que los testamentos se firmen A SOLAS sin ningún familiar disfrazando alas de buitre con sonrisa de buen samaritano.

Mucho menos te prepara la vida para decirle a una mujer que su marido murió en medio de una orgía homosexual, ni sabes si debes abrazar a una mujer recién golpeada que tiembla como una hoja en un Ministerio Público lleno de gente que observa su rostro destrozado a la luz de los flashes.

Nada te prepara para el derecho, para decirle a tu cliente que sus escrituras son falsas y que le han timado su dinero.

Nada te prepara para decirle a una madre que su hijo murió a manos de un amigo, y ver comadres de toda la vida ser separadas por un rayo.

Nada te prepara para llegar con tus camiones a un desalojo y ver niños que te miran cargando sus juguetes con un rostro de reproche.

Nada te prepara para que alguien se derrumbe en tus brazos de dolor.

Para contener al padre de un menor violado de volverse un asesino.

Para separar a una familia.

Nada te prepara para mirarte a los ojos con la muerte.

Nada te prepara en la universidad para contar las puñaladas a un cadáver pequeño.

Para responder preguntas como ¿por qué a mí?… Para lidiar con el dolor, con la impunidad.

Nada te prepara para ser el blanco de reproches infundados.

Para los golpes, los gargajos.
Para las mentadas de madre en plena audiencia y los madrazos ejidales.

Nada te prepara para que una mujer con el brazo roto y la quijada descuadrada firme el perdón a tu contrario.

Para la gente que no quiere saber nada más de un homicidio.

Nada te prepara para entrar al foso de demonios que rodean el mundo del derecho.

Es bajar a los círculos del infierno sujetándose el propio corazón para no perderse y salirse del camino.

Es avanzar a paso lento conservando el miedo porque ello te recuerda quien eres.

Porque nada te prepara para ver familias disputándose herencias cuando el padre aun agoniza lleno de tubos y nadie quiere vender nada para pagar el hospital porque “es su herencia”.

Hay momentos muy contados dónde tú eres quien arroja estrellas al cielo, esos momentos por ejemplo cuando un menor corre a los brazos de su madre que no lo ha visto en tanto tiempo y sabes que, ahí, ahí es donde le corresponde estar.

Momentos cuando un padre tiene en las manos sus derechos de visita a sus hijos a pesar de no quererlo su ex mujer, y ves en los niños la felicidad de estar con su papá… Sabiendo que tú lo hiciste posible.

Cuando alguien cobra su pensión.

Cuando alguien recupera su casa.

Cuando las puertas del penal se abren y la familia vuelve a estar completa.

Cuando la reja de una celda se cierra y una mujer respira porque podrá dormir en paz.

Cuando un padre firma el testamento dividiendo entre sus hijos lo poco o mucho que le dio la vida.

Cuando un matrimonio deja de existir.

Cuando un matrimonio va a empezar.

Cuando un trabajador se aprovecha de tu confianza.

Cuando un patrón explota su posición.

Cuando todo se viene encima… Ahí estás.

Nada podría haberme preparado para “no tengo como pagarle licenciado pero mi hijo esta detenido”. Para el “quiero consignar 200 pesos de pensión por mis 4 hijos”… Para “¿Cuánto quiere por dejar el caso le doy el doble que mi contraparte?”

Nadie te prepara para cuando se te pasa un término que trasciende en lesionar a un representado, ni para que te acusen injustamente de vender información o de venderte al otro lado.

“Nadie sabe lo que cuesta hacer 3 hojitas” por las que estás cobrando. Ni para la traición, ni la corrupción, ni la difamación.

Nada te preparara para que en cada fiesta te digan que todos saben de leyes, que no eres médico para cobrar consultas. Que eres una lacra social y te confundan con los políticos.

Nadie te dará las gracias, nadie te pagará por gusto.

Nadie te va querer y tendrás que aprender a comprenderlo, pues nosotros como la muerte, anunciamos la presencia de la realidad en esta vida. Nuestra presencia le revela al hombre que no puede vivir sin reglas, que no sabe respetar personas distintas, que no ha aprendido a tolerar, a amar, a dar.

Somos los custodios de la armonía social.

Somos los responsables del orden, de defender al hombre de si mismo y a pesar de sí.

Somos las voces de las víctimas… El dedo acusador, la barrera del respeto, el límite del poder.

Somos los que giran las ruedas del destino y aun así nos mienten. Con las manos goteando sangre y aferradas al cuello de la víctima escuchamos un “yo no la maté” y se nos juzga. Porque le otorgamos defensa a un acusado, sin entender la sociedad que no es defender al culpable o proteger al inocente. Es evitar que cada uno de los ciudadanos se corrompa creyendo que al tomar la justicia en sus manos, matar a otro no lo hace asesino.

Es la función del abogado ponerse entre el ser humano y su lado más barbárico. Es protegerles de que la manzana podrida les pudra también.

Ser abogado es mirar el fondo del abismo y desde ahí… Meter sin miedo la mano para rescatar la luz de la oscuridad.

Y aun con eso… Elegiría mi carrera mil veces más.

Autora: Stephany Capetillo

31 Ene de 2019 @ 11:13
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