«Igualdad» y «Tiranía», dos voces de Voltaire

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Se comparten las voces completas «Igualdad» y «Tiranía» del Diccionario filosófico de Voltaire, filósofo francés de la Ilustración*.


1. IGUALDAD

¿Qué le debe un perro a otro perro y un caballo a otro? Nada, ningún animal depende de su semejante; pero el hombre, que ha recibido ese rayo de la divinidad que se llama razón, ¿qué ha conseguido de él?: ser esclavo en casi toda la tierra.

Si esta tierra fuera lo que debía de ser, es decir, si el hombre encontrase en ella una subsistencia fácil y segura, y un clima conveniente a su naturaleza, está claro que hubiera sido imposible que un hombre subyugase a otro. Que este globo esté cubierto de frutos saludables, que el aire que tiene que contribuir a nuestra vida no nos dé la enfermedad y la muerte, que el hombre no necesite otro cobijo ni otro lecho que el de los gamos y los corzos: entonces los Gengis-Kan y los Tamerlan no dispondrán de más criados que sus hijos, que serán lo suficientemente honrados como para ayudarles en su vejez.

En ese tan natural estado del que gozan todos los cuadrúpedos, los pájaros y los réptiles, el hombre serían tan feliz como ellos, entonces la dominación sería una quimera, un absurdo en el que nadie pensaría; pues, ¿para qué buscar servidores cuando no necesitáis ningún servicio?

Si le pasase por la mente a algún individuo de espíritu tiránico y los brazos nervudos, el subyugar a su vecino menos fuerte que él, la cosa sería imposible: el oprimido estaría a cien leguas, antes que el opresor hubiera tomado sus medidas.

En consecuencia, todos los hombres serían iguales, si no tuvieran necesidades. La miseria unida a nuestra especie subordina un hombre a otro; no se trata de la desigualdad, que es una desgracia real, se trata de dependencia. Importa muy poco que ese hombre se llame Su Alteza o Su Santidad; es penoso servir tanto a uno como a otro.

Una familia numerosa ha cultivado un buen terreno; dos pequeñas familias vecinas poseen unos campos ingratos y rebeldes: es preciso que las dos familias pobres sirvan a la familia opulenta, o que la degüellen, eso no tiene ninguna dificultad. Una de las dos familias indigentes va a ofrecer sus brazos a la rica para conseguir pan; la otra va a atacarla y es vencida. La familia que sirve es el origen de los domésticos y de la mano de obra; la vencida es el origen de los esclavos.

Es imposible, en nuestro desgraciado globo, que los hombres, viviendo en sociedad, no estén divididos en dos clases, una de opresores y otra de oprimidos; y estos dos se subdividen en mil, e incluso estas tienen diferentes matices.

Todos los oprimidos no son forzosamente desgraciados. La mayor parte han nacido en ese estado, y el trabajo continuo les impide darse cuenta de su situación; pero cuando se dan cuenta de ella, es cuando aparecen las guerras, como la del partido popular contra el partido del Senado, en Roma, la de los campesinos en Alemania, en Inglaterra o en Francia. Todas estas guerras acaban tarde o temprano subyugando al pueblo, porque los poderosos tienen dinero y el dinero es el dueño de todo un estado. Digo dentro de un estado, ya que no es igual de nación a nación. La nación que se sirve mejor de la espada subyugará siempre a la que tenga más oro y menos valor.

Todo hombre nace con una inclinación muy violenta hacia la dominación, la riqueza y los placeres, y, con gusto, hacia la pereza; en consecuencia, todo hombre quisiera tener el dinero, las mujeres y las hijas de los demás, ser su dueño, supeditarlas a todos sus caprichos, y no hacer nada, o, al menos, no hacer más que cosas muy agradables. Veis bien que con estas hermosas disposiciones es tan imposible que los hombres sean iguales como que dos predicadores o dos profesores de teología no estén celosos uno de otro.

El género humano, tal y como es, no puede subsistir, a menos que existan una infinidad de hombres útiles que no posean nada de nada; ya que, ciertamente, un hombre satisfecho no abandonará su tierra para venir a trabajar la vuestra; y si necesitáis un par de zapatos, no será un relator del Consejo de Estado quien os lo hará. La igualdad es, pues, a la vez la cosa más natural y al mismo tiempo la más quimérica.

Dado que los hombres son excesivos en todo, cuando pueden, han exagerado esta desigualdad; se ha pretendido en varios países que no estaba permitido a un ciudadano salir de la comarca en la que el azar le hizo nacer; el sentido de esta ley es evidentemente: Este país es tan malo y está tan mal gobernado que prohibimos salir de él a cualquier individuo, por medio a que todo el mundo se vaya. Hacedlo mejor: haced que todos los súbditos tengan ganas de quedarse en vuestra casa, y que los extranjeros vengan a ella.

Cada hombre en el fondo de su corazón tiene derecho a creerse igual a los demás hombres; de eso no se deduce que el cocinero de un cardenal deba ordenar a su señor que le haga la cena; pero el cocinero puede decir: «Soy un hombre como mi señor, he nacido llorando como él; morirá como yo, con las mismas angustias y las mismas ceremonias. Los dos tenemos las mismas angustias y las mismas ceremonias. Los dos tenemos las mismas funciones animales. Si los turcos se apoderan de Roma, y si, entonces, yo soy cardenal y mi amo cocinero, lo tomaré a mi servicio». Todo este discurso es razonable y justo; pero en espera de que el Gran Turco se apodere de Roma, el cocinero tiene que cumplir con su deber, o toda la sociedad humana estará pervertida.

Con respecto a un hombre que no sea cocinero de un cardenal ni esté revestido de ningún otro cargo del estado; con respecto a un particular que no dependa de nadie, pero que esté molesto porque le reciben en todos los sitios con aire de protección o de desprecio; que vea con evidencia que varios monseñores no tienen ni más ciencia ni más espíritu ni más que él, y que se aburra de permanecer, a veces, en sus antesalas, ¿qué partido tiene que tomar? El de irse.

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2. TIRANÍA

Se llama tirano al soberano que no conoce más leyes que su capricho, que coge el bien de sus súbditos y que después los enrola para que vayan a coger el de sus vecinos. No existen tiranos de esos en Europa.

Se distingue la tiranía de uno solo y de varios. Esta tiranía de varios sería la de un cuerpo que invadiese los derechos de los demás cuerpos y ejerciese el despotismo en favor de las le corrompidas. Tampoco hay esa clase de tiranos en Europa

¿Bajo qué tiranía os gustaría vivir? Bajo ninguna; pero si hubiera que elegir, detestaría menos la tiranía de uno solo que la de varios. Un déspota tiene siempre algunos buenos momentos; una asamblea de déspotas, jamás. Si un tirano me hace una injusticia, puedo desarmarlo por su amante, por su confesor o por su paje; pero una compañía de graves tiranos es inaccesible a todas las seducciones. Cuando no es injusta, por lo menos es dura, y nunca derrama gracias.

Si sólo tengo un déspota puedo tranquilamente colocarme contra la pared cuando lo veo pasar, para posternarme o para golpear el suelo con mi frente, según la costumbre del país; pero si hay una compañía de cien déspotas, me expongo a repetir esta ceremonia cien veces por día, lo que a la larga es molesto cuando no se tienen las corvas ágiles. Si tengo una finca en la vecindad de uno de nuestros señores, me aplastan; si litigo contra un pariente de los parientes de uno de nuestros señores, me arruino. ¿Qué hacer? Me temo que en este mundo estemos reducidos a ser yunque o martillo. ¡Qué suerte el que escape a esta alternativa!

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* Las voces han sido tomadas de Voltaire. «Diccionario filosófico (selección)», traducción de José Areán Fernández y Luis Martínez Drake. En Voltaire. Cartas filosóficas. Diccionario filosófico. Memorias. Madrid: Editorial Gredos, 2010.

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