Un abogado y una reflexión sobre la abogacía en la obra de Mario Vargas Llosa

SUMARIO: 1. Introducción, 2. El constitucionalista beodo en la Fiesta del Chivo, 3. La crítica a los abogados y al sistema jurídico en Los cuadernos de Don Rigoberto, 4. Una reflexión a modo de conclusión.


1. Introducción.

El Nobel peruano acaba de publicar lo que será su última novela: Le Dedico mi Silencio. Con esto culmina un universo literario que se forjó en más de 60 años y que ha recibido el reconocimiento y aplauso mundial, no solo por los lectores de sus obras, sino también por lo más conspicuo de la intelectualidad mundial, teniendo como colofón su incorporación como «inmortal» en la Academia Francesa.

Vargas Llosa tiene una relación con el derecho, pues es lo que pretendió estudiar cuando ingresó a San Marcos. Aunque nunca lo vimos litigando en un tribunal, un poco de su vida está ligado a esta ciencia.

Ahora bien, es indiscutible que la obra vargallosiana es un universo. Sus libros no solo son novelas. Hay cuentos, ensayos, obras de teatro, artículos de opinión, colaboraciones para documentales, guiones de películas y series. En ese universo es obvio que hay un espacio importante para personajes ligados al derecho, para abogados y para las reflexiones sobre la ciencia jurídica que realizó Vargas Llosa, o mejor dicho, que realizaron sus personajes.

En este pequeño artículo pretendo mencionar un personaje abogado y una reflexión sobre el Derecho que más llamaron mi atención. Por tanto, esto es un criterio subjetivo.

Obviamente, la reflexión y el personaje escogidos son una fuerte crítica o una forma de representar nuestra profesión que, seguramente, no es del agrado de los abogados; sin embargo, es bueno apreciarlo por su calidad narrativa y, segundo, porque también debemos reflexionar sobre cómo la sociedad nos observa a través de sus ficciones.

Por lo tanto, si usted no acepta las representaciones críticas de los abogados, pase por alto este artículo.

2. El constitucionalista beodo en la Fiesta del Chivo

Dentro del vasto panorama de personajes que pueblan la obra de Mario Vargas Llosa, el abogado que más me ha llamado la atención es, sin lugar a duda, el Constitucionalista Beodo, Henry Chirinos, también conocido la inmundicia viviente. Su figura se erige como un testimonio vívido de la maestría de Vargas Llosa para tejer reflexiones sobre el derecho en sus narrativas.

Seguramente, muchos de nosotros – los abogados – quisiéramos tener el “éxito” de este personaje en nuestra vida profesional, pues él, según la novela “(…) fue todo lo que se podía ser en los treinta años de la Era: diputado, senador, ministro de justicia, miembro del Tribunal Constitucional, embajador plenipotenciario (…).”[1]

Henry Chirinos, en su calidad de constitucionalista beodo encarna un arquetipo intrigante que se entrelaza de manera inextricable con el poder y la manipulación de la ley en la novela La Fiesta del Chivo. Este personaje, cuyo sobrenombre ya nos advierte sobre su singularidad, destaca por su habilidad para convertir lo ilegal en legal y viceversa, todo ello a merced de los criterios y caprichos del dictador Rafael Trujillo, el autócrata que dominó la República Dominicana durante décadas.

Vargas Llosa lo presenta así:

Nadie como él para dar, en discursos parlamentarios preñados de latinajos y de citas – a menudo en francés -, apariencia de fuerza jurídica a las más arbitrarias decisiones del Ejecutivo o, para rebatir, con demoledora lógica, toda propuesta que Trujillo desaprobara. Su mente, organizada como un código, inmediatamente encontraba una argumentación técnica para dar visos de legalidad a cualquier decisión de Trujillo, ya fuera un fallo de la Cámara de Cuentas, de la Corte Suprema o una ley del Congreso. Buena parte de la telaraña legal de la Era había sido tejida por la endiablada habilidad de ese gran rábula.[2]

La figura de Chirinos no es meramente una creación ficticia, sino un reflejo de una realidad que trasciende las páginas del libro. Su capacidad para manipular la ley y presentar interpretaciones que favorecen a sus clientes y al poder, en lugar de adherirse a un sentido de justicia o moral, arroja luz sobre una parte oscura de la profesión legal. En muchas ocasiones, los abogados, en su búsqueda de la defensa de intereses particulares, pueden perder de vista la ética y la justicia, cayendo en la trampa de ser meros instrumentos del poder.

Henry Chirinos es una ilustración vívida de cómo los abogados, cuando se desvían del propósito fundamental de la ley, pueden llegar a ser verdaderos artífices de la ambigüedad jurídica. En manos de este constitucionalista beodo la ley se convierte en una herramienta maleable, capaz de ser torcida y ajustada a voluntad, lo que plantea cuestionamientos profundos sobre la integridad de la profesión legal y la influencia del poder en la justicia.

A través del personaje de Henry Chirinos, Vargas Llosa nos invita a reflexionar sobre la delgada línea que separa la legalidad de la legitimidad y cómo los abogados, en su búsqueda de servir a sus clientes y al poder, pueden llegar a distorsionar la esencia misma del derecho. Esta caracterización magistral nos recuerda que, en el mundo de la literatura y más allá, los abogados desempeñan un papel fundamental en la configuración de la justicia y la sociedad, y que su responsabilidad trasciende el mero cumplimiento de las leyes para abrazar un compromiso más profundo con la moral y la ética.

Un factor adicional que hace interesante a este personaje es su capacidad de emborracharse y seguir trabajando, por ello la razón de su apodo:

La Inmundicia Viviente podía trabajar diez o doce horas sin parar, emborracharse como un odre y, al día siguiente, estar en su despacho del Congreso, en el Ministerio o en el Palacio Nacional, fresco y lúcido, dictando a los taquígrafos sus informes jurídicos, o exponiendo con florida elocuencia sobre temas políticos, legales, económicos y constitucionales.[3]

3. La crítica a los abogados y al sistema jurídico en Los cuadernos de Don Rigoberto

Los cuadernos de Don Rigoberto es una secuela de la novela erótica Elogio de la madrastra. En estas dos obras hay una serie de reflexiones sobre la cultura, el arte, el sexo y la lujuría. En esas cavilaciones también hay un espacio para el derecho y el rol del abogado, haciendo una crítica despiadada a nuestra labor y al sistema jurídico.

Hay que destacar que Don Rigoberto es un viejo abogado de una compañía de seguros. Él reflexiona sobre su éxito como abogado aprovechándose de las contradicciones o del sistema legal. Aquí es mejor copiar textualmente su reflexión:

Mi éxito como legalista ha derivado de esa comprobación – que el derecho es una técnica amoral que sirve el cínico que mejor la domina – y de mi descubrimiento, también precoz, de que en nuestro país (¿en todos los países?) el sistema legal es una telaraña de contradicciones en la que a cada ley o disposición con fuerza de ley se puede oponer otra u otras que le rectifiquen y anulan. Por eso, todos estamos aquí siempre vulnerando alguna ley y delinquiendo de algún modo contra el orden (en realidad, el caos) legal. Gracias a este dédalo usted se subdivide, multiplica, reproduce y reengendra vertiginosamente y gracias a ello vivimos los abogados y algunos – mea culpa – prosperamos.[4]

Don Rigoberto no se siente orgulloso de su éxito pero lo sobrelleva. Se considera en parte un parásito legal pero que ser así lo ha llevado a una carrera éxitosa de 25 años. Termina sentenciando a la abogacía de la siguiente manera:

Que esa profesión no tiene nada que ver con la verdad y la justicia sino, exclusivamente, con la fabricación de apariencias incontrovertibles, con sofismas y embrollos imposibles de desenmadejar. Es verdad, se trata de una actividad esencialmente parasitaria, que he llevado a cabo con la eficiencia debida para ascender hasta la cima, pero, sin engañarme jamás, consciente de ser un forúnculo que se nutre de indefensión vulnerabilidad e impotencia de los demás.[5]

Aquí no hay nada más que agregar.

4. Una reflexión a modo de conclusión.

Al adentrarnos en la vasta obra literaria, no solo de Vargas Llosa, sino de otros grandes autores, no podemos evitar notar un patrón intrigante: la mayoría de los personajes relacionados con la ley, ya sea abogados, jueces o políticos, no terminan bien parados en sus novelas. Este hecho, lejos de ser una casualidad, arroja una sombra oscura sobre nuestra profesión y nos invita a una reflexión profunda.

El ejemplo que hemos explorado, el Constitucionalista Beodo, Henry Chirinos, de La Fiesta del Chivo, o Don Rigoberto en Los Cuadernos de Don Rigoberto, solo son, de lo muchos personajes que, en la literatura de Vargas Llosa, representan la abogacía de una manera poco halagadora. Estas representaciones, aunque ficticias, arrojan una luz inclemente sobre la profesión legal y sus posibles desviaciones. Nos retratan como seres inescrupulosos, dispuestos a torcer la ley y a hacer decir cualquier cosa a su conveniencia, todo en aras de asegurar el triunfo de intereses particulares.

Aquí es importante advertir que hay una diferencia entre Chirinos y Don Rigoberto, mientras el primero es un político abogado que coadyuva en una dictadura cruel y sale beneficiado personalmente, el segundo es un buen tipo, un buen ciudadano. Pero a pesar de las diferencias personales, el uso del Derecho es casi igual.

En lugar de desestimar esta literatura crítica, deberíamos considerarla como un espejo que nos muestra cómo la sociedad nos observa. La representación de los abogados en la literatura no es un mero ejercicio de ficción, sino un reflejo de las percepciones y expectativas que la sociedad tiene sobre nuestra profesión. La literatura, en su capacidad de revelar verdades incómodas, nos confronta con la necesidad de examinar críticamente nuestra labor y los valores que guían nuestra práctica.


[1] Vargas Llosa, Mario. La fiesta del Chivo. Lima: DEBOLSILLO, 2021, p. 153.

[2] Ibid, pp. 152-153.

[3] Idem.

[4] Vargas Llosa, Mario. Los cuadernos de Don Rigboerto. México: DEBOLSILLO, 2016, p. 344.

[5] Ibid. p. 343.

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