Esta es una pregunta que va cobrando cada vez más relevancia. De hecho, varias empresas han comenzado a programar pequeñas siestas de 20 minutos en el horario de trabajo, que, además de beneficiar a los propios trabajadores, las beneficia a ellas. Para plantear el debate compartimos el artículo de José Steinsleger, titulado La siesta: derecho inalienable.

Con ingenuo espíritu calvinista, los viajeros ingleses, franceses y alemanes que en los siglos XVI y XVII visitaban el Río de la Plata manifestaban sorpresa ante la siesta, costumbre que abría un paréntesis total en el sereno transcurrir de las horas de la Colonia.

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Según los costumbristas de la cultura europea, la siesta resultaba un hábito propio de pueblos con escasa disposición para el trabajo en un medio que permitía generosamente vivir sin mayores exigencias.

Sin embargo, hay países con naturaleza menos pródiga (China) donde la gente trabaja como hormigas, pero el respeto a esa tregua en la jornada laboral se reivindica escrupulosamente, quitándole sus connotaciones de haraganería.

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Después de la revolución (1949) el derecho al hsiu-hsi (siesta) se extendió por todo el país, democráticamente. Antes sólo los ricos tenían derecho al hsiu-hsi. Y está probado que si el alto mando soviético decidía la invasión de China debía lanzar su ofensiva apenas pasado el mediodía, cuando los camioneros roncan con la puerta de su vehículo abierta, los albañiles cabecean en la penumbra de los edificios en construcción y, con brazos caídos, los burócratas recuestan la cabeza en su escritorio, totalmente dormidos.

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La siesta sería el arte de saber dormir unos minutos para en la segunda jornada del día estar bien. En agosto de 2000 el investigador belga Pierre Maquet, de la Universidad de Lieja, publicó en la revista Nature Neuroscience un estudio acerca de qué significa “dormir bien”.

“Aunque se sabe poco del sueño, se cree que ayuda a procesar emociones, impresiones y otras ideas”, dijo Maquet. Voluntarios que se sometieron a una prueba de computadora en distintos periodos observaron, al despertar, que efectivamente el procesador registraba mejores reacciones después del “sueñito”.

El ritmo de vida impuesto en las grandes ciudades fue cambiando y, paulatinamente, la siesta se fue eliminando. No obstante, cada vez más empresas de Estados Unidos permiten dormir durante las horas de trabajo.

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Gould Evans, firma de diseño y arquitectura de la ciudad de Kansas, cuenta con áreas reservadas llamadas “tiendas para agotados” para que sus 150 empleados duerman la siesta 10 o 15 minutos luego de almorzar, o si en ocasiones no se sienten bien.

El razonamiento es simple: una breve siesta ayuda a rendir al máximo el resto de la jornada. La “revolución del descanso” se justifica allí donde trabajan empleados bajo tensión por viajes tortuosos, largos turnos o ajustados plazos de entrega, y pueden recostarse en horas de trabajo con la aprobación de sus jefes.

En su libro El arte de la siesta, William Anthony asegura que la mayoría de los estadunidenses son privados de sueño. “La gente duerme ahora 20 por ciento menos que en otras épocas”, dice.

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En Washington, la Fundación Nacional de Sueño (FNS) señaló que 56 por ciento de los empleados adultos experimentan somnolencia en horas de trabajo; 34 por ciento dijeron sentirse “peligrosamente” dormidos, en tanto 20 por ciento de los 25 millones de personas que trabajan fuera de los horarios normales comentaron que se quedaban dormidas en su puesto.

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Según la FNS, las pérdidas de producción causadas por los trabajadores somnolientos representarían cerca de 18 mil millones de dólares al año. La actitud de las empresas que permiten o estimulan la siesta en horarios de trabajo ha empezado en grandes industrias como el transporte, las compañías jurídicas, las de alta tecnología y otras donde los horarios no se detienen jamás.

Al igual que las investigaciones del belga Maquet y las del estadunidense James Maas, autor de El poder del sueño, la FNS muestra que la siesta mejora la memoria, el humor, la capacidad de estar alerta, la creatividad, los niveles de comunicación y de juicio, la seguridad laboral y la productividad.

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En Gould Evans, las áreas habilitadas para tomar la siesta disponen de almohadas y mantas, cintas con sonidos relajantes y también despertadores por si algún trabajador se entusiasma más minutos de lo previsto.

Los investigadores Klaus-Juergen y Sabine Berndsen, directores de un Museo del Arte de Roncar, sostienen que el arte de dormir no es fácil: “Dionisio, el dios mitológico griego de la vida, el vino y los placeres sensuales, ordenaba a las mujeres que participaban en sus fiestas que lo despertaran con un golpe en la cabeza tan pronto comenzara a roncar”.

El Museo del Arte de Roncar fue montado a fines del año pasado en la ciudad alemana de Unna con el objetivo de investigar el fenómeno del ronquido en la literatura, el arte y la terapia médica. Entre las piezas históricas en exhibición figura una terrible máscara de cuero, utilizada en el siglo XVIII para amortiguar el sonido de los ronquidos.

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Leonardo da Vinci y Thomas Edison dormían la siesta. Brahms dormía encima de su piano mientras componía la famosa canción de cuna. Napoleón dormía en medio de batallas, y entre los soldados del Vietcong echarse una siesta era, a más de una orden, una necesidad revolucionaria.

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30 Jun de 2016 

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