Por lo general, se les dice a los estudiantes que vayan a los tribunales a observar a quienes tienen la fama de poseer estas aptitudes. El problema es que la mayor parte de los estudiantes no tienen siquiera la menor idea de cómo reconocer a un hábil abogado cuando lo ven.
La habilidad en la abogacía no es una cualidad que sea siempre evidente, especialmente en los breves intervalos en que la mayoría de los estudiantes pueden observar a los abogados litigantes cuando éstos ejercen su profesión. Por lo tanto, algunos estudiantes confunden el buen dominio de la palabra con el arte de preparar un alegato.
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Si bien el expresarse con claridad puede ser un requisito previo para promover una causa con eficiencia, no es sustituto de ello. Los estudiantes, e incluso los clientes, a menudo confunden la fluidez, la elegancia en el vestir, la buena apariencia y la simpatía con la eficiencia profesional de un abogado.
Por supuesto, estos atributos afortunados también pueden ayudar a un abogado a convencer a un jurado (o incluso a un juez). Sin embargo, algunos de los peores abogados que haya visto en mi vida, hablaban con aplomo, eran gente simpática y guapa, pero… estúpida, y hablando de estupidez, los estudiantes de derecho a menudo confunden la inteligencia con lo eficiente.
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Es obvio que una inteligencia superior también es importante para ejercer el litigio con eficiencia, pero de ninguna manera es un sustituto de ello. Me tocó ver algunas de las personas más inteligentes que he conocido, presentar ante los jueces y jurados unos argumentos muy débiles e inadecuados. La eficiencia en esta especialidad es uno de los atributos más difíciles de identificar en un futuro abogado o en un profesional en ejercicio. Tal habilidad (en realidad es un conjunto de aptitudes) puede tardar años enteros en desarrollarse y perfeccionarse, antes de convertirse en el producto acabado del cual el abogado se siente justamente orgulloso.
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Autor: Alan M. Dershowitz, en la presentación del libro Cómo se ganan los juicios de F. Lee Bailey.